Pancha


Por Dagmar

Cuando me mudé a mi nuevo apartamento, vivían en el edificio Roberto y Laica. Tenía mucho cuidado con Grozny porque por supuesto él y Roberto no se la llevaban bien. Roberto queriendo mantener su jerarquía ganada a pulso a través de los años y detectada fácilmente en cada cicatriz de ese cuerpo que ya comenzaba a envejecer. Laica -la compañera de Roberto-, mucho más dócil, me acompañaba en gran parte del recorrido que yo hacía todas las mañanas con Grozny. Entonces, mi mamá, de quien heredé tanta sensibilidad por los animales, les bajaba comida a los dos.

No me di cuenta del momento en que un buen día apareció Pancha. Pero yo, que tengo el hábito de asomarme por la ventana, la vi un día y al siguiente y la seguí viendo todos los días. Veía cómo Laica le hacía sentir quién era la que mandaba ahí, y vi cómo en varias ocasiones la revolcó por las escaleras y no la dejaba comer hasta que ella no lo hacía. Yo ya sabía de esos códigos y normas animales, pero eso no impidió que se desarrollara una solidaridad con Pancha por saberla la más indefensa. Pensábamos que Pancha debía haber tenido dueño, porque era de lo más noble y educada. Así que aceptó sumisamente su último lugar en esa manada de tres.

Panchita era gordita y bajita. Los ojos resaltaban en su rostro y su pelaje ni corto ni largo era una mezcla de negro, blanco y beige, en el lomo y cola predominaba el negro y en la cara y patas el beige. Una cosa que la distinguía de los otros perros era que ella tenía las uñas negras, no como los otros perros que tienen las uñas blancas o color de piel.

Pasaron los años y ya esa pequeña manada estaba consolidada. Los tres defendían el edificio contra lateros, ladrones en el estacionamiento y seres que les eran extraños. Cuando Panchita entró en celo la montó un perrito peludo de esos que tienen los ojos tapados por el pelo que les cuelga. Así que Pancha parió debajo de la escalera en época de lluvia. Mi mamá sintió la necesidad de ayudarla a ella y a sus perritos. Fue así como, con la ayuda de mi hijo, -cortado con la misma tijera- bajaron con una caja y recogieron a los perritos enchumbados de lluvia. Eran como siete. Entre mi mamá y mi hijo cargaron con Pancha y sus cachorritos al apartamento de mi papá, desocupado en esa época. Allá iban todos los días a atenderlos, a limpiarlos y darles de comer. Cuando los perritos crecieron un poquito y las lluvias habían cesado, los bajaron de nuevo al edificio. Los bebés de Pancha eran muy lindos, peluditos como su papá. Por eso no fue difícil que poco a poco se los fueran llevando, quedando nuevamente la manada de tres en el edificio.

Para evitar una situación similar, mi mamá y una vecina acordaron mandar a esterilizar a Panchita. A partir de ahí la Pancha -glotona como era-, comenzó a engordar. Yo traducía su actitud, como que no quería volver a pasar hambre, así que cuanta porquería les lanzaban, los siempre inconscientes humanos, ella se lo comía, Panchita no perdonaba bocado. Y llegó el momento en que todos los bocados eran para ella, pues Laica y Roberto también se fueron.

Por eso cuando me vi sola en casa, ya Pancha era sola en el edificio y el conserje hacía rato la encerraba en el basurero. Eso me entristecía. Le pasábamos la comida por debajo de la puerta. Cuando llegó diciembre con sus odiados fuegos artificiales, hablé con el conserje para que no la encerrara. Fue así como Pancha empezó a dormir en mi casa. Yo la bajaba en la mañana y me iba al trabajo. En la tarde mi mamá la subía, o yo, cuando llegaba. Rápidamente la fórmula se invirtió. Resultó que yo sólo la bajaba en las mañanas a hacer sus necesidades, la esperaba, la subía y me iba al trabajo, quedándose en casa todo el día y todos los días. Para cuando la adopté ya Panchita no tenía los dientes de adelante, así que se veía más viejita.

Ya era un hecho, Pancha ya tenía quien se hiciera cargo de ella. Lo Primero que hice fue llevarla al veterinario donde mismo la esterilizaron. Buscamos un taxi y la llevamos, la doctora que la vio dijo que era urgente cambiarle la dieta y así se hizo. Pero ya se notaba que Pancha estaba perdiendo condiciones, le daba disnea. El traslado ese sábado fue infernal. Las colas, la espera, el mercado y el gentío hicieron que Pancha entrara en crisis. Por eso llegando a casa tuve que buscar inmediatamente otro doctor que la viera a domicilio (juré no trasladarla más para eso). El nuevo doctor le tomó muestras de sangre, la inyectó y recetó unas medicinas, algunas homeopáticas. Los resultados dieron todos los valores alterados, por lo que me dijo que le hiciera el tratamiento y al mes un nuevo análisis para ver los efectos. La sospecha es que pudiera ser diabética o de hígado graso. Al mes siguiente según el doctor, los resultados no arrojaron ni la una ni la otra enfermedad. Sin embargo y a pesar de que el tratamiento la mejoró, de vez en cuando entraba en crisis. Si se agitaba mucho o estaba nerviosa por “las explosiones” Panchita volvía a tener disnea. Y cada diciembre o en época de juegos de beisbol –al igual que con Grozny- la pasábamos en el baño para disminuir aquel ruido estruendoso. Yo volvía a llamar al doctor, que también recomendó que le presionara debajo de la nariz y antes del labio para hacer que respirara mejor.

Pancha era la humildad en cuatro patas. Fue la mascota que todo ser humano desearía tener. Por eso le pedí prestado a Grozny sus paños, su cortaúñas y su peine. A ella no hacía falta ponerle correa, porque siempre estaba junto a mí y no peleaba con nadie. Si yo abría la puerta, ella no se salía. Si recibía visita, ella bien con todos. Si era a bañarse se dejaba restregar por todas partes. Si era a peinarla se complacía -y debo decir que yo también- tirada en el piso con ella pasando y pasándole el peine ene veces. Si era a cortarle las uñas, la Pancha se incomodaba un poco, pero igual podía hacerlo sin mayor problema. Cualquier cosa para asearla y atenderla Panchita aceptaba. Le limpiaba sus orejitas, ojitos, todo se dejaba. Y Pancha me lo agradeció con creces toda su vida conmigo.

Mi relación con Pancha era como de hermanas o de viejas amigas. De esas que han conocido de la vida y no hacen falta palabras para saber la una de la otra. A mí me tocaba cuidar y apoyarla a ella cada vez más viejita y débil, y ella me retribuía con esa carita, su fidelidad y sobre todo con esa compañía especial que llenaba el vacío que dejaron las ausencias y despedidas.

Había engordado y eso le dificultaba el andar. Cada vez más cansada hacía pausas cada tanto para continuar el camino. Los domingos podía estar un poco más de tiempo abajo con ella, así que luego de buscar el periódico en el quiosco me quedaba con Pancha en la parada para mirar a la gente pasar. Un día estaba tan motivada que llegó hasta el mismo quiosco a buscarme.

Para tomar el ascensor había que subir un piso. Eso representaba un esfuerzo para ella, pero yo la motivaba y le contaba escalón por escalón: ¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro! Y así sucesivamente hasta llegar a dieciséis… un día se fue la luz y se daño el ascensor. Pancha y yo estábamos abajo. Hubiese querido tener algo para no hacer pasar a Pancha por el drama de subir los siete pisos con sus dieciséis escalones. Pero no hubo manera. Poco a poco fui alentándola para subir uno a uno hasta llegar. Tardamos más de una hora ¡Pobre de mí Pancha, las cosas que le tocó pasar!.

Nunca imaginé que podía ver la tristeza, la alegría, la esperanza, el agradecimiento, la nobleza y la sumisión, todo eso veía yo en aquella carita y en esos ojos que me hablaban.

Pasamos felices acompañándonos las dos.  Por las noches hacíamos coro de ronquidos. Así estábamos ese fin de semana largo, era el Carnaval de 2011. Pero la noche del lunes 6 de marzo la pasamos muy mal, Pancha estaba en crisis de nuevo. No valieron los remedios homeopáticos, ni la presión en su nariz, ella me miraba y yo sufriendo sin saber qué más hacer. Me rindió el cansancio hasta que amaneció y me di cuenta de que ella no había dormido. Comencé a llamar al doctor, a una amiga que me diera otro teléfono, llamaba a uno y a otro, nadie contestaba. ¡Claro, los días de fiesta, no se te ocurra enfermarte!. Les dejé mensajes a todos por teléfono. Se acercaba el mediodía y noté que la lengua de Pancha estaba morada. Yo la sobaba mientras sentía el miedo que se apoderaba de mí, el temor me inundaba junto a mi impotencia. Ella hizo el esfuerzo y caminó hasta su sitio cerca de mi cama, allí se tendió con una última mirada que aún guardo en el alma.

Mi Panchi, mi compañera de esos últimos años ahora se iba también. No lo podía creer. La rodé y vi sangre. Tenía la lengua afuera. Lloré encima de ella, le hablaba, le preguntaba, no había nada que hacer. Me tocó colocar a Pancha en una sábana y luego en una odiosa bolsa negra, que el conserje me ayudó a bajar. Panchita quedó sembrada detrás del árbol que veo desde mi ventana, ese era su sitio. De nuevo el vacío, tan grande como el que ella cubrió.

Todavía cuando veo por mi ventana es inevitable mirar y no verla, rezarle, bendecirla, agradecerle y hasta pedirle perdón. Confío que éstos pocos años compartidos yo haya podido resarcir algo de lo que a ella le tocó sufrir.

Grozny y Pancha me enseñaron mucho. Esos dos compañeros valen más que muchísimos animales de dos patas que me rodean. Por eso ahora, cada tarde, bajo comida a los gatitos que adornan mi edificio.

5 responses to “Pancha”

  1. sol says :

    Sencillamente bello y conmovedor. Un alma noble que sabe brindar amor, respeto y agradecimiento a sus compañeros de viaje

  2. Kindy says :

    En realidad muy hermoso y conmovedor, comparto contigo ese sentimiento de amor, ternura y pasión por los adorables amigos caninos… de hecho hace poco (el 24 de juiio 2012) vi como una camioneta se llevó por delante a un pobre cachorro recién llegado a la zona donde vivo (dejándolo tirado en medio de la calle). Eso me partió el alma…
    En ese próximo fin de semana, llegaron una pareja de cachorros peludos (macho y hembra) y casi que le rogué a mi madre que me dejara ternerlos en casa mientras les conseguía un hogar seguro (para que no corrieran con la suerte del pequeño cachorro del 24), mamá me autorizó y desde ese día fue incansable mi búsqueda de hoagar para Jaia y Toby…
    El mismo lunes Jaia consigió un hogar en casa de mi amigo Miguel, la tiene super consentida y muy cuidada y amada.
    Luego toby estuvo en casa toda una semana, por lo queme enamoré de él, con sus ojitos tiernos q apenas se veían a travez de su melena de pelitos…
    Bueh Toby está ahora en casa de Wendy, cada dos días llamo para saber de ambos cachorros. Gracias a Dios están bien…
    Y en casa sigo con mi hermosa Muñeca de 14 añitos y cada día la veo y la siento más apegada a mi, lo cual me resulta hermoso y mi bella Eva, que es la mas joven de apenas 2 añitos (también rescatada de la calle)…
    Es lindo poder compartir estas historias peludas…
    Gracias Dagmar.

  3. Kindy says :

    Ah Dagmar, no terminé de contarte lo que pasó con Danna, la traviesa que estuvo en casa un tiempo… Danna se fue a vivir a Charalalve a casa del papá de una de mis compañeras de trabajo, pero solo duró una semana, resulta que se esca`´o y esta es fecha que no se sabe nada de ella. Se presume que alguien la tenga en una casa. Dios quiera y así sea…

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